====== ¿Quién es «Satán» Y «Dónde Está El Infierno»? ====== «El que hace el pecado es del Diablo» I San Juan 3:8 Que en este día y edad, en que «para la mayoría de las gentes la religión ha devenido un refugio arcaico e imposible», los hombres no toman ya seriamente a Dios ni a Satán, se desprende del hecho de que han llegado a pensar en ambos solo objetivamente, solo como personas externas a sí mismos y en favor de cuya existencia no puede encontrarse ninguna prueba adecuada. Lo mismo se aplica, por supuesto, a las nociones de sus reinos respectivos, el cielo y el infierno, en los cuales se piensa como tiempos y lugares que no son ni de ahora ni de aquí. De hecho, nosotros mismos hemos pospuesto el «reino del cielo sobre la tierra», al pensarlo como una Utopía material que, esperamos ansiosamente, ha realizarse por medio de uno o más planes quinquenales, olvidando el hecho de que el concepto de un progreso sin fin es el de una persecución «en la cual tú debes trabajar eternamente», — una frase menos sugestiva del cielo que del infierno. Lo que esto significa realmente es que nosotros hemos elegido un infierno presente en substitución de un cielo futuro que nunca conoceremos. La doctrina que hay que afrontar, sin embargo, es que «el reino del cielo está dentro de vosotros», aquí y ahora, y que, como Jacob Boehme, entre otros, ha dicho tan a menudo, «el cielo y el infierno están por todas partes, puesto que son universalmente extensos... Tú estás por consiguiente en el cielo o en el infierno... El alma tiene el cielo o el infierno dentro de sí misma», y no puede decirse que «vaya a» uno u otro cuando el cuerpo muere. Aquí, quizás, puede buscarse la solución del problema de Satán. Se ha reconocido que la noción de una «persona» satánica, el principal de muchos «ángeles caídos», representa algunas dificultades: inclusive en religión, emerge la dificultad de un «dualismo» maniqueo; al mismo tiempo, si se mantiene que algo no es Dios, la infinitud de Dios queda por ello mismo circunscrita y limitada. ¿Es «él», Satán, por consiguiente una persona, o meramente una «personificación», es decir, una personalidad postulada? ¿Quién es «él», y dónde está? ¿Es una serpiente o un dragón, o tiene cuernos y un rabo venenoso? ¿Puede ser redimido y regenerado, como Orígenes y los muslimes han creído? Todos estos problemas cuentan juntos. Por mucho que la verdad última del «dualismo» pueda repudiarse, un tipo de dualismo es lógicamente inevitable para todos los propósitos prácticos, debido a que todo mundo en el tiempo y en el espacio, o que pueda ser descrito en palabras o por símbolos matemáticos, debe ser un mundo de contrarios, a la vez cuantitativos y cualitativos, por ejemplo, largo y corto, bien y mal; e inclusive si pudiera ser de otro modo, un mundo sin estos opuestos sería un mundo del cual toda posibilidad de elección, y de procedimiento de la potencialidad al acto, estaría excluida, no un mundo que pudiera ser habitado por seres humanos tales como nosotros. Para alguien que sostiene que «Dios hizo el mundo», la cuestión de Por qué Él permite la existencia en él de un mal cualquiera, o la del Mal en quien todo mal está personificado, carece enteramente de significado; uno podría preguntar también por qué no hizo Él un mundo sin dimensiones o un mundo sin sucesión temporal. Toda nuestra tradición metafísica, cristiana u otra, mantiene que «hay dos en nosotros», este hombre y el Hombre en este hombre; y, que esto es así, es todavía una parte esencial de nuestro lenguaje hablado en el cual, por ejemplo, la expresión «control de sí mismo» implica que hay uno que controla y otro sujeto a control, pues nosotros sabemos que «nada actúa sobre sí mismo», aunque lo olvidamos cuando hablamos sobre el «gobierno de sí mismo». De estos dos «sí mismos», el hombre interior y el hombre exterior, la «personalidad» psicofísica y la Persona verdadera, está construido el compuesto humano de cuerpo, alma y espíritu. De estos dos, por una parte el cuerpo-y-alma (o mente), y por otra el espíritu, uno es mutable y mortal, el otro constante e inmortal; uno «deviene», el otro «es», y la existencia del que no es, sino que solo deviene, es precisamente una «personificación» o «postulación», puesto que nosotros no podemos decir de algo que nunca permanece lo mismo que «ello es». Y por necesario que pueda ser decir «yo» y «mío» para los propósitos prácticos de la vida cotidiana, nuestro Ego no es, de hecho, nada más que un nombre para lo que es realmente solo una secuencia de comportamientos. Cuerpo, alma y espíritu: ¿puede uno u otro de estos ser igualado con el Diablo? No el cuerpo, ciertamente, pues el cuerpo en sí mismo no es ni bueno ni malo, sino solamente un instrumento o medio para el bien o para el mal. Tampoco el espíritu — intelecto, sindéresis, consciencia, Agathos Daimon — pues este es, por hipótesis, la parte mejor y más divina del hombre, en sí mismo incapaz de error, y nuestro único medio de participación en la vida y en la perfección que es Dios mismo. Queda solamente el «alma»; esa alma que debe «odiar» todo aquel que quiera ser discípulo de Cristo y a la cual, como nos recuerda San Pablo, la Palabra de Dios como una espada de doble filo «separa del espíritu»; un alma que San Pablo debe haber «perdido» para ser capaz de decir verdaderamente que «Vivo, pero no yo, sino Cristo en mí», anunciando así, como Mansur, su propia teosis. De los dos en nosotros, uno la «chispa» del Intelecto o el Espíritu, y el otro, la Sensación o la Mentalidad, sujeto a persuasión, es obvio que este último es el «tentador», o más verdaderamente la «tentadora». Hay en cada uno de nosotros, en este hombre y en esa mujer igualmente, una «anima» y un «animus», relativamente femenina y masculino; y, como dijo acertadamente Adam, «la mujer dio, y yo comí»; obsérvese, también, que la «serpiente», por quien la mujer misma fue engañada primero, lleva, en el arte, un rostro de mujer. Pero para evitar aquí toda posibilidad de malentendido, debe recalcarse que todo esto no tiene nada que ver con una supuesta inferioridad de las mujeres o superioridad de los hombres: en este sentido funcional y psicológico una mujer dada puede ser «viril» (heroica) y un hombre dado puede ser «afeminado» (cobarde). Se sabe, por supuesto, que «alma», como «sí mismo», es un término ambiguo, y que, en algunos contextos puede denotar el Espíritu o «Alma del alma», o «Sí mismo del sí mismo», ambas expresiones en uso común. Pero nosotros estamos hablando aquí del «alma» mutable en tanto que distinguida del «espíritu», y no debe perderse de vista hasta qué punto esta nefesh, el anima por la cual el anima-l humano y los demás anima-les se llaman así, es constantemente despreciada en la Biblia, como lo es la correspondiente nafs en el Islam. Esta alma es el sí mismo que ha de ser «negado» (el original griego significa «rechazo sumo», con una aplicación más bien ontológica que meramente ética), el alma que debe ser «perdida» si «ella» ha de ser salvada; y que, como dicen tan a menudo el Maestro Eckhart y los sufîs, debe «entregarse a la muerte», o, como dicen los hindúes y los budistas, debe ser «conquistada» o «domada» pues «eso no es mi Sí mismo». Esta alma, sujeta a persuasión, y agitada por sus apetencias y repulsas, esta «mente» que nosotros significamos cuando hablamos de haber tenido «en mente hacer esto o aquello», es «eso que tú llamas "yo" o "mí mismo"», y a la cual Jacob Boehme distingue así del Yo que es, cuando dice, con referencia a sus propias iluminaciones, que «no yo, el yo que yo soy, conoce estas cosas, sino Dios en mí». No podemos tratar la doctrina del Ego extensamente, pero diremos solamente que, en cuanto se refiere al Maestro Eckhart y a los sufîs, «Ego, la palabra Yo, no es propia para nadie excepto Dios en su mismidad», y ese «Yo» sólo puede ser atribuido justamente a Él y a quien, estando «unido al Señor, es un único espíritu». Que el alma misma, nuestro «yo» o «sí mismo», sea el Diablo — a quien nosotros llamamos el «enemigo», el «adversario», el «tentador», el «dragón», — nunca por un nombre personal — puede parecer sorprendente, pero está muy lejos de ser una proposición nueva. A medida que prosigamos, se encontrará que a menudo se ha enunciado una ecuación del alma con Satán, y que ello nos proporciona una solución casi perfecta de todos los problemas que la «personalidad» de este último plantea. Ambos son suficientemente «reales» para todos los propósitos pragmáticos de aquí, en la vida activa, donde el «mal» debe ser combatido, y donde el dualismo de los contrarios no puede ser evadido; pero ellos no son más verdaderos «principios», no son más realmente reales, que la obscuridad que no es nada sino la privación de luz. Nadie negará que el campo de batalla en el cual debe combatirse hasta el fin la psicomaquia está dentro de vosotros, o que donde Cristo combate también debe encontrarse su enemigo, el Anticristo. Ni nadie, «superstición» aparte, pretenderá tampoco que las Tentaciones de San Antonio, como se pintan en el arte, pueden ser consideradas de otro modo que como «proyecciones» de las tensiones interiores. De la misma manera en que el «Guernica» de Picasso es el espejo del alma desintegrada de Europa, «el infierno de la existencia moderna», los cuernos y el zuncho del Diablo son una imagen de la peor bestia en el hombre mismo. A menudo ha sido dicho por los «nunca suficientemente venerados Antiguos», así como por algunos autores modernos, que «el hombre es su propio peor enemigo». Por otra parte, el mejor don por el cual un hombre puede orar es estar «en paz con él mismo»; y, ciertamente, mientras no está en paz con Él mismo, difícilmente puede estar en paz con nadie más, sino que «proyectará» sus propios desordenes, haciendo del «enemigo» — por ejemplo, Alemania, o Rusia, o los judíos — su «diablo». «¿De dónde vienen las guerras y las luchas entre vosotros? ¿No vienen de aquí, de vuestros apetitos (placeres, o deseos, sánscrito kâmâh) que contienden en vuestros miembros?» (Santiago 4:1). Como observa tan penetrantemente Jung: «Cuando el destino de Europa la arrastró a una guerra de cuatro años de prodigioso horror — una guerra que nadie quería — apenas alguien preguntó quién había causado la guerra y su continuación». La respuesta no habría sido bien acogida: fue «yo» — vuestro «yo» y mío. Pues, en las palabras de otro psicólogo moderno, E. E. Hadley, «la tragedia de este engaño de la individualidad es que conduce al aislamiento, al temor, a la sospecha paranoide y a odios completamente innecesarios». Todo esto ha sido siempre familiar a los teólogos, en cuyos escritos a menudo se hace referencia a Satán simplemente como «el enemigo». Por ejemplo, William Law: «Vosotros no estáis bajo el poder de ningún otro enemigo, ni estáis presos en ninguna otra cautividad, ni tenéis necesidad de ninguna otra liberación excepto del poder de vuestro propio sí mismo terrenal. Este es el único matador de la vida divina dentro de vosotros. Él es vuestro propio Caín que mata a vuestro propio Abel», y «el sí mismo es la raíz, el árbol y las ramas de todos los males de nuestro estado caído... Satán, o lo que es lo mismo, la auto-exaltación... Este es ese sí mismo natural y nacido que debe ser sacado del corazón y totalmente negado, o no se puede ser discípulo de Cristo». Ciertamente, si «el reino del cielo está dentro de vosotros», entonces también la «guerra en el cielo» estará ahí, hasta que Satán haya sido vencido, es decir, hasta que el Hombre en este hombre sea «dueño de sí mismo», selbes gewaltic, egkrates eautou. Para la Theologia Germanica (caps. 3, 22, 49), fue el «"Yo", "Me" y "Mío" del Diablo quienes fueron la causa de su caída... Pues el sí mismo, el yo, el me y la apetencia, pertenecen todos al Espíritu Malo, y por lo tanto es que él es un Espíritu Malo. Mira, una o dos palabras pueden expresar todo lo que se ha dicho por estas múltiples palabras: "Sé simple y completamente limpio de sí mismo"». Pues «en el infierno no hay nada más que auto-apetencia; y si no hubiera auto-apetencia, no habría ningún diablo y ningún infierno». Así, también, Jacob Boehme: «esta vil egoismidad posee el mundo y las cosas mundanales; y mora también en ella misma, lo cual es morar en el infierno»; y Angelus Silesius: «Nichts anders stürzet dich in Höllenschlund hinein — Als dass verhasste Wort (merk's wohl!): das Mein und Dein» — De aquí la resolución expresada en un himno shaker: «Pero ahora de mi frente borraré con prontitud — El sello del gran "yo" del Diablo». Las citas de este tipo podrían multiplicarse indefinidamente, todas al efecto de que de todas las bestias malas, «la peor bestia, nosotros la llevamos en nuestra propia entraña», «nuestra parte sin dios y despreciable» y «bestia múltiple», a la cual nuestro «Hombre Interior», como un domador de leones, debe mantener bajo su control o en caso contrario tendrá que seguirla adonde ella le lleve. Dichos aún más explícitos pueden ser citados de fuentes sufîs, donde el alma (nafs) es distinguida del intelecto o espíritu (aql, ruh) como la Psique es distinguida del Pneuma por Filón y en el Nuevo Testamento, y como el anima es distinguida del animus por William de Thierry. Para el enciclopédico Kashfu'l Mahjub, el alma es el «tentador», y el tipo del infierno en este mundo. Al-Ghazâlî, quizás el más grande de los teólogos muslimes, llama al alma «el mayor de vuestros enemigos»; y más que eso difícilmente podría decirse de Satán mismo. Abu Sâ'îd pregunta: «¿Qué es el mal, y cuál es el peor mal?» y contesta, «El mal es "tú", y el peor mal "tú" si tú no lo sabes»; por consiguiente, se llamaba a sí mismo un «Nadie», negándose, como el Buddha, a identificarse a sí mismo con ninguna «personalidad» nombrable. Jalâlu-d-Dîn Rumî, en su Mathnawî, repite que el mayor enemigo del hombre es él mismo: «Este alma», dice, «es el infierno», y nos conmina a «matar el alma». «El alma y el Shaitân son un único ser, pero toma dos formas; esencialmente uno desde el comienzo, devino el enemigo y envidiador de Adam»; y, de la misma manera, «el Ángel (Espíritu) y el Intelecto, los asistentes de Adam, son de un único origen pero asumen dos formas». El ego mantiene su cabeza erguida: «la decapitación significa matar el alma y apagar su fuego en la Guerra Santa (yihâd)»; y tanto mejor para quien gana esta batalla, pues «quienquiera que está en guerra consigo mismo por amor de Dios,... su luz oponiéndose a su obscuridad, el sol de su espíritu nunca se pondrá» «Este es el combate que Cristo, Con su Amor y Luz internos, Mantiene dentro de la naturaleza del hombre, para disipar La Cólera de Dios, a Satán, el Pecado, y la Muerte, y el Infierno; Para devorar el sí mismo humano, o la Serpiente, Y levantar un Ángel de él por Su Poder». (John Byrom) «Chispa del alma... imagen de Dios, que hay siempre en todo sabio en guerra con todo lo que no es divino... y que se llama la Sindéresis» (Maestro Eckhart, ed. Pfeiffer, p. 113). «Nosotros sabemos que la Ley es del Espíritu... pero yo veo otra ley en mis miembros, en guerra contra la Ley del Intelecto, y que me pone en cautividad... Con el Intelecto yo mismo sirvo a la Ley de Dios; pero con la carne a la ley del pecado... Someted por tanto vuestros sí mismos a Dios: resistid al Diablo». Y similarmente en otras Escrituras, concretamente la Bhagavad Gîtâ (VI.5, 6): «Eleva el sí mismo por el Sí mismo, no dejes que el sí mismo se quede atrás. Pues, ciertamente, el Sí mismo es a la vez el amigo y el enemigo del sí mismo; el amigo de aquel cuyo sí mismo ha sido conquistado por el Sí mismo, pero para aquel cuyo sí mismo no ha sido vencido, el Sí mismo en guerra, ciertamente, actúa como un enemigo»; y en el Dhammapada budista (103, 160, 380), donde «el Sí mismo es el Señor del sí mismo» y uno debe «por el Sí mismo incitar al sí mismo, y por el Sí mismo aplacar al sí mismo» (como un caballo es «domado» por un domador experto), y «el que ha conquistado el sí mismo es el mejor de todos los campeones». (Cf. Filóstrato, Vip. Ap., I.13: «Justamente como nosotros domamos caballos espantadizos e indóciles golpeándolos y acariciándolos»). Al mismo tiempo, no debe olvidarse que la Psicomaquia es también una «batalla de amor», y que Cristo — a quien «debéis ser casados... a fin de que nosotros demos fruto en Dios» (Romanos 7:3, 4) — ya amaba al alma no regenerada «en su bajeza y suciedad», o que es de ella de quien Donne dice: «Nunca casta, excepto cuando Tú me raptas». Solo «para ir y recoger a su Señora, a quien su Padre le había dado eternamente por esposa, y para restaurarla a su elevado estado anterior el Hijo procedió fuera del Altísimo» (Maestro Eckhart). La lanza o el rayo de la Deidad es al mismo tiempo su dardo, con el cual él traspasa a su Esposa mortal. La historia de Semele tocada por el rayo nos recuerda que la «Theotokos», en último análisis «Psique», ha sido siempre de estirpe Lunar, nunca de estirpe Solar; y todo esto es la suma y substancia de todo «mito solar», el tema del Liebesgeschichte des Himmels y de la Drachenkämpfe. «El Cielo y la Tierra: cásense ellos de nuevo». Su matrimonio, consumado en el corazón, es el Hieros Gamos, Daivam Mithunam, y aquellos en quienes ha sido cumplido no son ya alguien, sino como es «El que jamás devino alguien». Las palabras de Plotino: «Amor es de la misma naturaleza de la Psique, y de aquí que la constante conyugación de Eros con las Psiques en las pinturas y los mitos» podría haberse dicho también de la mitad de los cuentos de hadas del mundo, y especialmente de las «pinturas y mitos» indios de Shrî Krishna y las Lecheras, cuya historicidad niegan acertadamente los comentadores indios, afirmando que todas estas son cosas que pasan en la experiencia de todos los hombres. Tales son, ciertamente, «los erotika (sánscrito srngâra) en los cuales parece que tú, oh Sócrates, estuvieras iniciado», como dice Diotima, y a los cuales efectivamente Sócrates respetaba tan profundamente. Pero, esto no es solamente una cuestión de Gracia; la salvación del alma depende también de su sumisión, de su entrega voluntaria; ella está bloqueada mientras resiste. Es su orgullo (mâna, abhimâna; oioma, oiosis; opinión propia, altanería), la convicción Satánica de su propia independencia (asmimâna, ahamkâra, el cogito ergo sum), su mal en vez de ella misma, lo que debe ser matado; a este orgullo ella lo llama su «respeto-de-sí misma», y antes querría «morir» que ser despojada de él. Pero la muerte que finalmente desea, a pesar de sí misma, no es ninguna destrucción sino una transformación. El Matrimonio es una muerte e integración iniciatoria (nirvâna, samskâra, telos). «Der Drache und die Jungfrau sind natürlich identisch»; el «Fier Baiser» transforma al dragón; la sirena pierde su cola ofidiana; la doncella ya no es cuando la mujer ha sido «hecha»; de la ninfa emerge el alma alada. Y así «por medio de Ti un Iblis puede devenir de nuevo uno de los Querubines». ¿Y qué sigue cuando las formas más baja y más alta del alma se han unido? Esto en ningún lugar se ha descrito mejor que en el Aitareya Âranyaka (II.3.7): «Este Sí mismo se da a ese sí mismo, y ese sí mismo a este Sí mismo; ellos devienen cada uno el otro; con una forma él (en quien este matrimonio se ha consumado) está unificado con aquel mundo, y con la otra está unido a este mundo»; en la Brhadâranyaka Upanishad (IV.3.23): «Abrazado por el Sí mismo Presciente, él no conoce ni un adentro ni un afuera. Ciertamente, esa es su forma en la cual se obtiene su deseo, en la cual el Sí mismo es su deseo, y en la cual ya no desea ni se aflige». «Amor ipse non quiescit, nisi in amato, quod fit, cum obtinet ipsum possessione plenaria»; «Jam perfectam animam... gloriosam sibi sponsam Pater conglutinat». En verdad: «Dafern der Teufel könnt aus seiner Seinheit gehn, So sähest du ihn stracks in Gottes Throne stehn». Así pues, los Daimones Agathos y Kakos, los sí mismos Limpio y Sucio, Cristo y Anticristo, habitan ambos en nosotros, y su oposición está dentro de nosotros. El Cielo y el Infierno son las imágenes divididas del Amor y la Cólera in divinis, donde la Luz y la Obscuridad son indivisas, y el Cordero y el León yacen juntos. En el comienzo, como todas las tradiciones testifican, el cielo y la tierra eran un uno y un junto; esencia y naturaleza son uno en Dios, e incumbe a cada hombre juntarlas de nuevo dentro de sí mismo. Todas estas son nuestras repuestas. Satán no es una Persona real y singular, sino una personalidad múltiplemente postulada, una «Legión». Cada una de estas personalidades es capaz de redención (apokatastasis), y puede, si quiere, devenir nuevamente lo que ella era antes de que «cayera» — Lucifer, Phósforus, Hêlêl, Scintilla, la Estrella de la Mañana, un Rayo del Sol Supernal; debido a que la Chispa, por muy apagada que pueda parecer, es un Asbestos que no puede extinguirse, ni siquiera en el infierno. Pero, en el sentido en que no puede pensarse una redención de todos los seres que tenga lugar en un único tiempo, y puesto que habrá almas diabolizadas en necesidad de redención en todos los tiempos, Satán debe ser concebido como condenado para siempre, entendiendo por «condenado», auto-excluido de la visión de Dios y del conocimiento de la Verdad. El problema con el que hemos comenzado ha sido ampliamente resuelto, pero todavía queda que cumplir la tarea más difícil de una «anonadación de sí mismo» efectiva y la consecuente «realización de Sí mismo» hacia las cuales apuntan las respuestas, y para las cuales la Teología es solo una preparación parcial. Satán y el Ego no son entidades reales, sino conceptos postulados y válidos solo para los propósitos presentes, provisionales y prácticos; ambos son fotogramas compuestos, por así decir de X1, X2, X3. A menudo se ha dicho que el ardid más ingenioso del Diablo es persuadirnos de que su existencia es una mera «superstición». De hecho, sin embargo, nada puede ser más peligroso que negar su existencia, la cual es tan real, aunque no más que la nuestra; nosotros no deberíamos atrevernos a negar a Satán hasta que nos hayamos negado a nosotros mismos, como debe hacer todo el que quiera seguir a Aquel que no dijo ni hizo nada «por sí mismo». «¿Qué es Amor?, el mar de no-existencia», y «a quienquiera que entra allí, diciendo "Ello es yo", Yo (Dios) le golpeo en el rostro»; «¿Qué es Amor?, lo sabrás cuando tú devengas Mí mismo».